
Julio Gonzalez(1976), era hijo de una familia de orfebres catalanes por lo que aprendió a forjar en el taller familiar. No obstante, él quería ser pintor y con ese propósito marchó en 1900 a París, donde entra en contacto con Picasso y Gargallo. A pesar de dedicarse a la pintura en sus comienzos, sus conocimientos del metal forjado le llevan a iniciarse en la escultura.

Su fortuna crítica se ha ido engrosando espectacularmente, figura como uno de los más extraordinarios escultores, una valoración que su obra generó a pesar de tratarse de un artista “raro” y ascético con una trayectoria independiente, atípica y poco ruidosa.
Era dueño de una proverbial modestia y tenía un espectro creativo complejo, en el que se suceden la orfebrería, la pintura y la es

En su poética se juntan la ternura religiosa y la ironía angélica con un lenguaje ligado a lo esencial y una construcción distante.
Nunca hace alarde de su virtuosismo técnico, sino más bien al revés. El silencio es siempre el fondo sonoro de su obra. Sobre él aparecen discretamente las figuraciones y los temas como presencias ganadas, para su percepción, al vacío, y que vienen a coincidir con la vida más inmediata: rostros, maternidades, paisajes, toilettes, torsos, escenas de amor.
Los dibujos son muchas veces esculturas en potencia, espejos de una imaginación que piensa siempre en el espacio, que, si se fija en los planos, los intuye como recortes plásticos de un volumen o como su límite.


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